En los últimos años asistimos a una transformación tecnológica, que está cambiando las características y utilidad de objetos cotidianos. La miniaturización de la tecnología y los avances en conectividad han hecho posible llevar microprocesadores y microsensores en un reloj, una pulsera, en la ropa o incluso en un tatuaje. Conocidos como wearables (del inglés wearable technology), ponibles o vestibles en castellano (según recomienda la RAE), tuvieron un gran impulso desde 2014 con un aumento progresivo en número de ventas, hasta el punto de ser una tecnología de uso común.
Sucede que, pasada la novedad, en el 2017 muchas grandes empresas han visto una caída de sus ventas, hasta el punto de obligarles a abandonar la producción de wearables, especialmente de relojes inteligentes. De hecho, en la reciente Mobile World Congress 2018 apenas había novedades en tecnología vestible. ¿Quiere decir que los wearables son víctimas de su nombre y han pasado de moda? Nada más lejos de la realidad: revisando el perfil de ventas de wearables en el último año publicado en la International Data Corporation (IDC), lo que ocurre es que la caída en las ventas ha afectado a un grupo de grandes empresas, pero ha beneficiado a otras como Apple y Huawei junto a muchas startups y pequeñas empresas que ofrecen dispositivos sencillos a un bajo precio y que, ojo, son el 51% del mercado. De hecho, la IDC vaticina una duplicación del mercado en los próximos tres años, donde crecen especialmente los dispositivos en forma de auriculares, gafas y ropa inteligente.
En el mapa actual el consumidor de wearables parece dividirse en dos grupos: los que buscan una elevada funcionalidad y conectividad del dispositivo a un elevado coste (que es el subgrupo más competitivo y donde principalmente han caído las ventas) y los que buscan utilidades concretas a bajo coste (medición de actividad física, frecuencia cardiaca y ritmos de sueño). En definitiva, además de la tecnología, la utilidad fundamental que encuentra el usuario en los wearables es monitorizar el estado de salud, es decir, el famoso autocuidado.
Como profesionales de la salud hemos vivido la miniaturización de la tecnología y el aumento de las funcionalidades de los dispositivos portátiles de monitorización y su interconectividad, sabíamos que era cuestión de tiempo que se hiciesen cada vez menos invasivos y cómodos de utilizar, pero probablemente no habíamos pensado que esa tecnología vendría de la transformación de un bien de consumo de libre mercado. Es decir, en un abrir y cerrar de ojos, una tecnología difundida y destinada para el ocio, pasa a tener una funcionalidad en la salud. Desde el punto de vista médico resulta fascinante pensar en las utilidades que pueden tener los wearables, desde un apoyo al autocuidado de los pacientes hasta la monitorización domiciliaria; pero lo es mucho más desde el punto de vista epidemiológico: disponer de datos de salud poblacional en tiempo real puede cambiarlo todo. Por eso no es de extrañar que se haya producido un aumento exponencial de las publicaciones sobre tecnología vestible desde el 2014. (Fig. 1)
Como consecuencia sabemos, por ejemplo, que la media de pasos que da una persona sana están entre 10.000 y 11.000, que el uso de medidores de actividad es eficaz aumentando el ejercicio de los usuarios, que la frecuencia cardiaca en reposo es incluso más fiable que la medida en una consulta y que mediante redes neuronales y dos parámetros como la frecuencia cardiaca y el movimiento, es posible estimar la presencia de hipertensión arterial, fibrilación auricular y de Síndrome de apneas-hipopneas durante el sueño con una precisión aceptable.Ahora bien, a pesar de las grandes promesas de los wearables existen unos cuantos problemas a tener en cuenta, entre los cuales destacaría los siguientes:
- Abandono del usuario. A pesar del impacto en la actividad, muchos estudios muestran una tendencia al abandono de los dispositivos (hasta un 70% en un año), tanto en individuos sanos como en pacientes, sobre todo si no se percibe una utilidad directa. Será necesario hacer un esfuerzo en implementar utilidades que hagan atractivos los dispositivos, facilitar la lectura de resultados y motivar su uso mediante objetivos en términos de salud.
- Validación del dispositivo y del software. Para poder utilizar un dispositivo como herramienta para diagnóstico y cuidados sanitarios es necesario realizar ensayos clínicos que permitan validar cada dispositivo y su software como Producto Sanitario a través de las Agencias Estatales y Organismos Notificados. Las grandes empresas y laboratorios farmacéuticos no tendrán más problemas de los habituales para validar sus dispositivos, pero las pequeñas (no nos olvidemos son más del 50% del mercado) probablemente no tengan recursos para realizar esos ensayos por sí mismos.
- Gestión de la información. En la actualidad, todos los sistemas sanitarios tienen mucho interés en la fuente masiva de datos que proporcionan los wearables y las aplicaciones móviles. Sin embargo, la gestión de datos tan sensibles como los datos de salud implican múltiples problemas que podemos simplificar en dos. En primer lugar, una cesión voluntaria de datos (que todos firmamos alegremente cuando compramos un nuevo teléfono o nos damos de alta en una red social, pero que genera bastantes dudas cuando incluye el concepto “ensayo clínico”); en segundo lugar, la necesidad de un servicio de ciberseguridad constante y de calidad. Una vez más, las grandes empresas tecnológicas no tendrán problemas con la gestión de estos datos, de hecho, ya lo están haciendo. El resto no podrá competir, salvo que los Sistemas Sanitarios Nacionales o Internacionales se hagan cargo de la gestión y vigilancia de los datos generados, cosa que, por lo pronto, no parece fácil de conseguir.
En mi opinión, nos encontramos en el despertar de un prometedor panorama de telemonitorización global, con todo el progreso científico que puede suponer, pero que tiene muchas posibilidades de quedar en manos de empresas tecnológicas. Con suerte, esas empresas permitirán el análisis de datos para promocionar sus marcas o como labor social. En el peor de los casos, siempre habrá posibilidad de acceder a esa información por un módico precio.